Un año más, llega el verano, y con él las noticias típicas del mismo: que si la operación salida, que si la ocupación de los hoteles, que si la televisión se convierte en (más) basura... y, sobre todo, por desgracia en este país, llega la noticia estrella: los incendios forestales.
No tengo cifras concretas, por lo que no puedo analizar si este año es peor o mejor que los anteriores, pero a mí cada hectárea quemada me duele como si fuera la última de monte en pie. Quizá sea mi titulación (aunque no profesión) de ingeniero de Montes, pero creo que de una vez por todas esto debería atajarse.
Y digo que debería porque pienso que es algo posible. Cierto es que hay accidentes, como en todos los ámbitos de la vida, pero en la mayor parte de los casos, toda esta destrucción sería evitable.
Y cuando digo evitable no digo subsanable. No voy a criticar las labores de extinción, que, al menos en algunas Comunidades Autónomas, es casi intachable. Pero sí voy a criticar el (nulo) trabajo que se hace en "temporada baja".
De todos es sabido que, por desgracia, en el monte se mueve muy poco dinero. Es por eso que no se emplean los medios necesarios para el mantenimiento del monte. La limpieza es fundamental entre las labores selvícolas a realizar. Un monte limpio es una discontinudad al avance del fuego. El desbroce, la poda y la retirada de restos son los pilares para evitar que un simple conato se convierta en un incendio de grandes magnitudes.
Y por otra parte está, por supuesto, la educación. La mayor parte de los incendios siguen siendo provocados. Por eso es labor de todos en principio educar a las generaciones futuras en el respeto a lo que nos rodea y eso implica tanto a las personas como al medio en el que vivimos. Y por otra parte es nuestra obligación el condenar y perseguir a los culpables de la infamia que supone la destrucción de tanta vida en tan poco tiempo.
Con un poco de esfuerzo por parte de todos (político, presupuestario, legal, judicial, educacional y social), se puede combatir la destrucción de la riqueza desconocida que tenemos en nuestros montes.